Terapia en el embarazo
¿Qué significa realmente lo de la crianza respetuosa?
Desde hace algunos años, el término “crianza respetuosa” inunda los libros y blogs sobre crianza y educación, a los que recurren sobre todo madres -y en menor medida padres- primerizas.
El concepto “crianza respetuosa” consiste en un estilo de crianza basado en la empatía y el respeto hacia el mundo emocional de las criaturas, enfocado en potenciar la libertad de niños, niñas y adolescentes para desarrollar su propia personalidad e identidad. Este estilo de crianza hunde sus raíces, entre otros, en la teoría del apego de John Bowlby y Mary Ainsworth. Desde ahí, se intenta potenciar que las criaturas desarrollen un apego seguro con sus figuras de referencia, en el que se logre un adecuado equilibrio entre la autonomía para explorar y la seguridad del refugio que otorgan estas figuras. Desde este enfoque, suele ponerse el foco en el bienestar de las criaturas y se proponen estrategias para comunicarnos y poner límites con nuestros hijos e hijas alejadas del autoritarismo de generaciones anteriores.
Hasta ahí, suena todo bien y es fácil estar de acuerdo con este estilo de crianza. Ahora bien, obcecarnos en llevar a cabo una crianza respetuosa a rajatabla y sin matices puede tener una contrapartida, y es que es un concepto difícil de llevar a la práctica de manera absoluta.
Tabla de contenidos
La crianza como relación
Como psicóloga, sostengo que la crianza es una relación con nuestros hijos e hijas. No se trata de aplicar de manera sistemática una serie de pautas de comportamiento ni de control de la conducta de un estilo u otro, sino de un tipo de relación que se establece en un marco determinado.
En la relación con nuestras criaturas somos ejemplo con todo lo que hacemos y lo que dejamos de hacer: nuestra manera de hablarles (y hablarnos a nosotras mismas) moldeará su forma de hablar a los demás y a sí mismos, por ejemplo. Y este aprendizaje modelado se va construyendo en un contexto relacional, donde lo fundamental será el clima emocional y de seguridad que los y las pequeñas puedan sentir. Para generar ese clima de confianza y seguridad, obsesionarse con las pautas y las instrucciones es contraproducente, ya que nos hace estar más en la teoría que en la práctica, es decir, más en la cabeza que en el cuerpo. Dicho de otro modo, la crianza no va de reglas fijas universales e inamovibles, sino de observarnos a nosotras y a nuestras criaturas y desde ahí ver qué funciona y qué no.
Tener en cuenta el contexto en el que maternamos
Para entender bien la relación con nuestros hijos e hijas tenemos que tener en cuenta el contexto en el que maternamos. Aspectos como la red de apoyo, los recursos económicos, las creencias y comentarios del entorno más cercano van a condicionar enormemente cómo desarrollamos la crianza. Poner el foco en intentar aplicar pautas de crianza respetuosa sin contemplar el entorno material y social en el que lo hacemos pierde todo el sentido. ¿Cómo vamos a dar libertad para explorar si vamos deprisa y corriendo todo el día? ¿Cómo vamos a acompañar de manera pausada la exploración y el aprendizaje si cargamos con miles de tareas que nos impiden frenar y estar presentes?
Por eso, es importante entender que una crianza respetuosa debe serlo también con nosotras mismas. Para construir ese clima de seguridad y confianza con nuestras criaturas, necesitamos nosotras también sentirnos sostenidas por una red en la que podamos confiar, necesitamos sentir en nuestra piel ese clima de seguridad para poder transmitírselo a nuestros hijos e hijas; lo contrario es imponer más exigencia y carga mental sobre las madres e hiper-responsabilizarnos de cosas que no están en nuestra mano. Poner el foco en lo individual sin mirar lo que ocurre a nivel social es un sesgo que no nos permite ver bien la realidad.
Librarnos de la culpa
¿Y qué sucede una vez que ampliamos el foco y miramos de cerca el contexto en el que criamos? Que nos alejamos de la mirada individualista que sitúa la responsabilidad y la culpa en -especialmente- las madres y que eso nos permite desprendernos de la culpa. Reducir la exigencia (hacia nosotras y hacia el resto) es apostar por ser más tolerantes con nosotras mismas y, a la vez, más críticas y exigentes con las condiciones sociales en las que ejercemos la maternidad y la crianza.
Bien es sabido que la culpa es una emoción muy presente en la experiencia materna. Y se acentúa cuanto más se exige a las madres y menos al entorno. Si queremos cuidar la salud mental de las madres, tenemos que ampliar la mirada y preguntarnos también dónde están los padres, abuelas, abuelos, amigas, primas, escuelas, grupos de apoyo, matronas y demás.
Entonces, ¿en qué consiste la crianza respetuosa?
Dicho todo esto, podemos plantearnos una reflexión colectiva acerca de lo que entendemos por “crianza respetuosa” y cuestionarnos si nuestros entornos nos permiten llevar a cabo aquello que indican los manuales o si, por el contrario, necesitamos empujar hacia un cambio social que permita una crianza basada en el respeto, donde la paciencia, la presencia y el amor sean los aspectos medulares en la relación con nuestras criaturas.
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